I. ASI HABLÓ KIRILLOV.

EL ZARATUSTRA DE DOSTOYEVSKY

 

 Joan Pegueroles, S. I.

 

1. Kirillov, el primer hombre libre [1]

Acerca de la libertad son posibles dos tesis opuestas, la atea y la cristiana. El pensamiento ateo afirma que si hay Dios no hay hombre, no hay libertad humana. El pensamiento cristiano afirma exactamente lo contrario: si no hay Dios no hay hombre, sólo Dios hace posible la libertad humana.

Kirillov, como Sartre más tarde, niega a Dios, para poder afirmar al hombre. En la primera parte de la novela la tesis de Kirillov queda solamente esbozada, como un tema musical, que será ampliamente desarrollado en la tercera parte. Y la tesis, desconcertante, pero terriblemente lógica en el pensamiento de Kirillov, es ésta: la libertad absoluta implica el suicidio. Se matará para que los hombres pierdan el miedo a la muerte y se desembaracen de Dios.

«La libertad completa existirá cuando sea indiferente vivir o no vivir... Aquel a quien le dé igual vivir o no vivir será el hombre nuevo. Quien venza el dolor y el miedo será Dios. Y el otro Dios no existirá.

Dios representa el dolor del miedo a la muerte. Quien venza al dolor y al miedo será Dios. Entonces nacerá una vida nueva, un hombre nuevo, todo nuevo... Quienquiera que desee la libertad máxima, debe perder el miedo al suicidio... Aquel que tenga fuerza para suicidarse será Dios. Cualquiera puede hacer ya que no haya Dios y que no haya nada. Pero nadie lo ha hecho ni una sola vez.

‑Ha habido millones de suicidas, le objetan.

‑Pero no con el fin que yo digo; todo ha sido por temor, no para matar el miedo. Quien se suicide con el solo objeto de matar el miedo se convertirá inmediatamente en Dios» (I, 3, 8, pp. 148‑149).

Kirillov, como Iván Karamázov, son hombres lógicos, sacan todas las con­secuencias de su ateísmo. La conclusión de Iván es que «si no hay Dios, todo está permitido». La conclusión de Kirillov, que «si no hay Dios, yo soy Dios» y en tal caso la libertad humana es absoluta «y el punto culminante de mi libre albedrío consiste en suicidarme».                                                                       

«Si Dios no existe, yo soy Dios... Si Dios existe toda la voluntad es suya y yo no puedo escapar a su voluntad. Si no existe, toda la voluntad es mía y yo estoy obligado a mostrar mi libre albedrío.

‑¿Y por qué está usted obligado a mostrarlo?

Porque dispongo plenamente de mi voluntad. ¿No habrá nadie en todo el planeta que, rechazando a Dios y creyendo en el libre albedrío, ose demostrarlo en toda su integridad?... Yo quiero poner de manifiesto mi voluntad. Aunque sea yo solo, lo haré.

Me creo en la obligación de pegarme un tiro, porque el punto culminante de mi libre albedrío consiste en suicidarme» (III, 6, 2, p. 721).

Cuando una lógica rigurosa desemboca en el absurdo, es que parte de principios falsos. Una libertad absoluta en un ser no absoluto, en un ser finito como el hombre, es imposible, se destruye a sí misma. Orestes, en Sartre (Les mouches), cuando proclama su absoluta libertad se ve abocado a una aporía, distinta de la de Kirillov, pero no menos absurda: una libertad absoluta es una libertad nula, impide la elección, porque cualquier elección limitaría aquella supuesta libertad ilimitada.

Notemos, sin embargo, una diferencia en la idea de libertad absoluta entre Kirillov e Iván. La libertad absoluta que deduce Iván de un ateísmo coherente es una libertad para el crimen: todo es lícito, desaparece el valor y la obligación moral. La libertad absoluta que postula Kirillov es una libertad para el bien. Kirillov es el santo ateo. En el pensamiento de Kirillov, hablando con toda propiedad, la libertad absoluta de suyo no implica el suicidio, es una libertad realmente liberadora del hombre. Pero en el primer hombre libre sí lo implica: Kirillov debe suicidarse para abrir los ojos a los demás, para «matar el miedo», para dejar expedito el camino. Kirillov es un salvador, muere para liberar a los hombres.

«Comprender que no hay Dios y no percatarse de que uno mismo se ha convertido en Dios representa un absurdo... Si lo comprendes, tú eres el soberano, y ya no te matas a ti mismo, sino que vives en la mayor de las glorias. Pero uno, el que lleva la prioridad, ha de suicidarse forzosamente, pues de no ser así, ¿quién marcaría la pauta y quién lo demostraría? Yo me mataré sin falta, para dar el ejemplo y demostrarlo. Sólo soy todavía un Dios a la fuerza y soy un desdichado porque me veo en la obligación de manifestar mi libre albedrío...

El miedo es la maldición del hombre... Pero yo manifiesto mi voluntad y estoy obligado a creer que no creo. Comenzaré y terminaré y dejaré expedito el camino. Y haré de salvador...

A lo largo de tres años busqué el atributo de mi divinidad y lo encontré: ¡el atributo de mi divinidad es el Libre Albedrío! Sólo con él, y en el punto principal, puedo hacer patente mi rebeldía y mi nueva y terrible libertad, pues se trata de una libertad muy terrible. Me mato para demostrar mi rebeldía y mi nueva y terrible libertad» (pp. 723‑724).

Ha escrito Berdiaev profundamente que el cristianismo puso fin al humanismo, en el sentido de que, en el cristianismo, el fin del hombre no es llegar a ser hombre, sino llegar a ser más que hombre. El hombre moderno no se libera de Dios para ser hombre, sino para ser dios.[2] Este es el dilema decisivo, según Blondel: «L’homme aspire á faire le dieu: être dieu sans Dieu et contre Dieu, être dieu par Dieu et avec Dieu, c’est le dilemme».[3]  La misma alternativa en Kirillov:

«‑Quien enseñe que todos somos buenos, dice Kirillov, pondrá fin al mundo.

‑Quien lo enseñó fue crucificado, le objetan.

‑‑Vendrá y su nombre es el de hombre Dios.

‑¿No el de Dios hombre?

‑No, sino el de hombre Dios. Hay diferencia» (II, 1, 5, p. 289).

Notemos finalmente que la muerte de Kirillov (III, 6, 2) dista mucho de ser un acto libre. En unas páginas impresionantes, D. ve a Kirillov en el momento decisivo del suicidio, como un muñeco grotesco, sin rasgos humanos. Ph. Lersch, que ha analizado esta escena desde el punto de vista psicológico, escribe: «Lo que del relato de D. importa para nuestro problema es el hecho de que en aquella enorme tensión y absolutización de su voluntad, Kirillov se convierte en autómata, en mecanismo inanimado, «como si fuera de piedra o de cera»... Esto demuestra que el hombre en el momento en que no es más que voluntad deja de ser hombre, es decir, que la voluntad cuando actúa como función soberana y absoluta en su última y máxima concentración, como en Kirillov, traspasa el límite de la vida personal».[4]

Antes de abandonar esta extraña y extraordinaria creación de D., oigamos cómo Kirillov el ateo, Kirillov el hombre bueno que ama a los niños, Kirillov que goza momentos (segundos) de serena alegría, nos confiesa con dolorosa sinceridad:

«No sé qué harán los demás, pero siento que yo no puedo ser como todos. Los demás piensan una cosa y luego enseguida piensan en otra. Yo no puedo en otra, toda la vida pienso en una sola. Dios me ha atormentado toda la vida» (I, 3. 8. p. 150).

 

2. Kirillov, el Anti-Cristo

 

Kirillov muere, como Cristo, para salvar a los hombres. Pero su salvación es contraria a la de Cristo. Kirillov muere para liberar a los hombres de Dios. Kirillov es el Anti-Cristo.

  • COMENTARIO DE N. BERDIAEV

El destino del hombre [en D.] se realiza en la colisión entre los principios antitéticos del Dios-Hombre y del Hombre-Dios; de Cristo y del Anticristo. La revelación de la idea del Hombre-Dios pertenece a D. y tiene su punto culminante en la figura de Kirillov […].

La senda del Hombre-Dios conduce al sistema de Shigalev y al Gran Inquisidor. El camino individual hacia el Hombre-Dios conduce al experimento espiritual de Kirillov. Este quiere ser salvador del mundo y del hombre y darles la inmortalidad. Y para esto, con un acto de insubordinación, de afirmación de su propia voluntad, se sacrifica suicidándose.

Pero la muerte voluntaria de Kirillov no es la del Gólgota, que aporta la salvación. Esta muerte es contraria en todo a la de Cristo. Cristo ha cumplido la voluntad de su Padre, mientras que Kirillov la suya, afirmando su personalidad. A Cristo le crucifica “este mundo”, mientras que Kirillov se suicida. Cristo abre la vida eterna en otro mundo y Kirillov pretende eternizar la vida de éste. El camino de Cristo pasa por el Gólgota y el de Kirillov acaba con su muerte y desconoce la resurrección. La muerte triunfa en el Hombre-Dios, porque el único Hombre-Dios inmortal ha sido el Dios-Hombre.

En Kirillov nos muestra D. el último límite del Hombre-Dios y la muerte interior de su idea. Y Kirillov es tan puro, tan ascético como el mismo Gran Inquisidor. El experimento se realiza en una atmósfera completamente purificada.

Pero el camino del hombre [ateo] en D. conduce al desdoblamiento y al Hombre-Dios, hasta conseguir la demostración de la muerte interior de la misma idea del Hombre-Dios. (El credo de Dostoyevsky, pp. 220-222)

  • COMENTARIO DE R.GIRARD

Una de las primeras obras que escribió Girard fue: Dostoievski. Du double à l’unité, (Paris, 1963).  De ella entresaco las siguientes páginas sobre el «misterio» de Kirillov, que coinciden fundamentalmente con las de Berdiaev.

«Tout le mal [según Kirillov] vient du désir d’immortalité que le Christ a follement allumé en nous […]. C’est ce désir que Kirillov veut anéantir d’un seul coup par son suicide philosophique. Il se tuera non par désespoir de ne pas être immortel, comme tant d’autres, mais pour posséder l’infini de sa liberté dans l’acceptation totale de la finitude […].

Pour comprendre l’ «idée» de Kirillov, il faut y reconnaître une forme supérieure de cette rédemption à rebours que poursuivent plus ou moins consciemment tous les disciples de Stavroguin. La mort de ce possédé doit mettre fin à l’ère chrétienne ; elle se voudrait à la fois très semblable et radicalement différente de la Passion […]. Il n’imite pas le Christ, il le parodie ; il ne cherche pas à collaborer à l’œuvre rédemptrice, mais à la corriger […]. Le rival à la fois vénéré et haï est le Rédempteur lui-même» (pp. 116-117).

 

[1] Kirillov es un personaje de la novela Los demonios, publicada en 1870-1871. Cito F. M. DOSTOIEVSKI, Obras completas, Vol. V, Los demonios, Trad. de L. ABOLLADO (Barcelona, 1969).

[2] «La aparición de la idea del superhombre significa el fin del humanismo». N. BERDIAEV, El credo de Dostoyevsky, Barcelona, 1951, p. 106.

[3] L’Action (1893), p. 356.

[4] La estructura de la personalidad, Barcelona, 1962, p. 260.