Jason Colavito, The Cult of Alien Gods: H. P. Lovecraft and Extraterrestrial Pop Culture, Prometheus Books, Nueva York, 2005.
“Lake recordó enigmáticamente los mitos primordiales sobre los Grandes Antiguos que se infiltraron desde las estrellas y confeccionaron la vida terrestre como una broma o error; y las disparatadas historias de seres de las colinas cósmicas del Exterior relatadas por un colega folclorista del departamento de Inglés en Miskatonic”.
H.P. Lovecraft, At the Mountains of Madness (1936).
La tesis principal defendida en esta obra por Jason Colavito, conocido colaborador de Skeptic, es que las modernas concepciones de la “arqueología alternativa” que defienden la intervención de “antiguos astronautas” en nuestra historia o evolución tienen su origen, ni más ni menos, que en la obra de H.P. Lovecraft. La idea de una intervención exterior, desarrollada por los escritores Erich von Däniken y Zecharia Sitchin y popularizada por series como “Expediente X” o “Stargate SG-1”, se habría constituido como forma de religión secular en un Occidente decadente.
Para demostrar esto, Colavito hace un uso deconstructivista del método científico pocas veces visto en círculos académicos, consistente no en la falsación de la hipótesis, sino en la reconstrucción del proceso histórico que ha llevado a la aseveración de que unos “antiguos astronautas” intervinieron en el curso de la civilización. Con ello pretende demostrar Colavito que las raíces de esta idea no se hallan en la observación empírica de “artefactos fuera de lugar” (OOPArts), sino en las creaciones literarias de principios de siglo y, más concretamente, en la pluma de H.P. Lovecraft.
La obra se abre con un recorrido por las concepciones pseudocientíficas en la época de H.P. Lovecraft y el género de la ciencia-ficción del s. XIX y principios del XX, entregado a visiones románticas sobre el futuro más o menos inmediato de la raza humana. El cientifismo pasó a formar parte inmanente del género gracias a autores europeos como Jules Verne o H.G. Wells, que tuvieron una influencia destacable en la literatura norteamericana de principios de siglo. Lovecraft une estos elementos estrictamente empíricos al horror sobrenatural de siglos pasados para crear un ambiente científicamente plausible sacudido por el único elemento que podría causar verdadero terror en un Occidente cada vez menos impresionable por fantasmas con cadenas u hombres lobo: el miedo a lo desconocido. Y ese miedo se encontraba en las estrellas.
Las historias lovecraftianas gozaron de tanto éxito en las publicaciones populares de su tiempo que la idea de seres extraterrestres amenazando desde el remoto pasado se cristalizó en la literatura Pulp de la época. Los reinos remotos, las civilizaciones perdidas, las tierras hundidas, ideas todas ellas defendidas por la moderna teosofía a finales del s. XIX a través de Lemuria, Mu y la Atlántida, se mezclaban ahora en la literatura fantástica con civilizaciones extraterrestres o dioses deleznables llegados de las estrellas: Edgar Rice Burroughs, Robert E. Howard o el más inmediato Ron Hubbard, escritor de ciencia-ficción reconvertido en inventor de la Cienciología, son sólo una pequeña muestra. Pero Lovecraft no sólo creó estos dioses extraterrestres, sino también los hizo responsables de la vida terrestre y los situó en lugares que serían caldo de cultivo para la moderna pseudo-arqueología: Egipto y la Antártida.
Así, en “Imprisoned with the Pharaohs” (1924), Lovecraft relata, basándose en una supuesta experiencia real del escapista Harry Houdini, como éste es secuestrado por su guía egipcio y encerrado en una cámara subterránea bajo la Gran Esfinge. En un intento por escapar, Houdini desciende a las profundidades del Antiguo Egipto para descubrir a unos seres mitad animal, mitad hombre realizando una ceremonia en honor a la deidad que representaría la Gran Esfinge, cuyo rostro fue modificado en tiempos faraónicos para borrar semejante horror.
Por lo que respecta a la Antártida, es de sobra conocida la novela At the Mountains of Madness (1936), que relata la exploración de la Antártida y el descubrimiento de una civilización bajo el hielo, responsable de la creación de la vida terrestre. Ambas ideas, la de una Esfinge remodelada para ocultar el verdadero rostro de su constructor –así como las cámaras bajo la misma– y la de una civilización bajo la Antártida, son el centro de la obra de autores como Robert Bauval en El Mensaje de la Esfinge o Graham Hancock en Tras las Huellas de los Dioses.
A partir de aquí, Colavito continúa analizando la publicación y popularización de Lovecraft a través de un nutrido círculo de allegados y las reediciones realizadas por Arkham House, editorial creada por su amigo y colaborador August Derleth, precisamente en un momento en el que, con la llegada de la Segunda Guerra Mundial, las tropas norteamericanas se extienden por Europa. Como explica el autor, la lectura se propagó rápidamente entre las tropas, enfrentadas a un terreno hostil y desconocido, por lo que la División Militar de Servicios Especiales del Departamento de Guerra comenzó a editar, ya desde 1943, textos dirigidos especialmente a los combatientes. Junto a Drácula, Frankenstein o La Guerra de los Mundos, lecturas muy populares en el cambo de batalla, encontramos también una antología lovecraftiana a cargo de Derleth, The Dunwich Horror and Other Tales (1945). Esta edición recibió una acogida sin precedentes por parte de la prensa europea, desconocedora en su mayoría de la obra de Lovecraft, y muy especialmente en Francia, en donde Louis Pauwles and Jacques Bergier harán de Lovecraft el profeta de la moderna pseudociencia.
Aquí el autor realiza un breve pero importante inciso, relatando el auge de la ciencia-ficción en Estados Unidos con la proliferación de avistamientos OVNI a partir de 1947 y la forma en que los extraterrestres fueron evolucionando de mano de la literatura fantástica, desde los famosos “platillos” de Kenneth Arnold o el “caso Roswell” hasta los venusianos arios llegados en sombreros espaciales de George Adamski, modelados a partir de las historias de Buck Rogers (1928) y Flash Gordon (1934). Como bien demuestra Colavito, la evolución del fenómeno OVNI no hace sino seguir las versiones cinematográficas y seriales del mismo, cada vez más complejas y sofisticadas.
Pero estos extraterrestres no eran más que visitantes que reflejaban la paranoia norteamericana de los años 50: desde salvíficos marcianos cristianos uniendo al mundo contra los comunistas (Red Planet Mars, 1952) hasta mesías tecnológicos advirtiendo de los peligros de la energía nuclear (The Day the Earth Stood Still, 1951). Fue sin embargo en Francia donde el fenómeno OVNI norteamericano se fusionó con la narrativa lovecraftiana gracias a Louis Pauwles y Jacques Bergier, autores de Le Matin des magiciens, conocido en España como El retorno de los brujos. En esta obra, importantísima para el esoterismo moderno y las teorías de extraterrestres en la Antigüedad, se unen elementos lovecraftianos de misteriosas civilizaciones desaparecidas con lo que los autores denominan “realismo fantástico”, un intento por escapar de la modernización cientificista del s. XX y descubrir una especie de “fantástica realidad” oculta por gobiernos conspiracionistas y sociedades secretas. El punto de inflexión de esta obra es, precisamente, el conocido mapa de Piri Reis, que según los autores tan sólo habría podido ser realizado desde el aire en épocas remotas, pues mostraba una Antártida sin hielo. ¿Sorprenderá al lector que Pauwles y Bergier elogien a Arthur Machen y H.P. Lovecraft poniéndolos a la altura de Albert Einstein o Carl Jung? Tampoco sorprenderá, pues, que en su recién fundada publicación, Planète, Lovecraft llenase habitualmente sus páginas, como también las llenó en los 90 en publicaciones españolas como Año Cero o Espacio y Tiempo, deudoras –cuando no plagiadoras– de este moderno misticismo francés.
Los imitadores no se hicieron esperar. En 1957, Robert Charroux publicaba su Le livre des maitres du monde, pionero en la idea de que los textos religiosos antiguos encierran relatos de visitas extraterrestres. Ambas obras, la de Charroux y la de Pauwles y Bergier, fueron traducidas rápidamente al alemán y llamaron la atención de un empleado de un hotel suizo que estaba cumpliendo condena por evasión de fondos. Fue así como, entre rejas, Erich von Däniken concibió sus Recuerdos del futuro o Erinnerungenan die Zukunft (1968), obra con la que el género del “astronauta antiguo” llegaba finalmente a su máxima expresión.
Colavito continúa mostrando la evolución de estas ideas a través de autores como Robert K.G. Temple (El misterio de Sirio, 1976), Robert Bauval y Adrian Gilbert (El misterio de Orión, 1994), Graham Hancock, Zecharia Sitchin (El duodécimo planeta, 1976) y así hasta alcanzar la moderna clonación de los raelianos y el culto religioso que, como muchas otras sectas, ofrecen a los “platillos volantes”.
El libro concluye con un breve ensayo sobre la decadencia de Occidente que ha desatado toda una serie de críticas contra su autor. No podemos, sin embargo, estar más de acuerdo con sus palabras:
“La civilización occidental había concluido su curso; sus mayores objetivos –libertad, igualdad, fraternidad– se habían realizado en su mayor parte, si no completamente, con la llegada de las leyes de derecho civil y la liberación de la mujer. [...] La democracia liberal estaba a la orden del día y sus rivales, el fascismo y el comunismo, habían sido en su mayor parte destruidos o controlados. A pesar de las protestas de grupos de ayuda, no quedaba nada por hacer. Tan sólo quedaba disfrutar de lo ganado. Con semejante ambiente, no resulta extraño que el misterio y lo oculto estuvieran reemplazando la lógica y la razón” (pág. 176).
Y esto fue así, afirma el autor, porque “mientras el sistema educativo se venía abajo gradualmente en el s. XX, grupos cada vez mayores de gente abandonaban las escuelas ignorantes de toda metodología y adoctrinados sólo en la diversidad y la corrección política. Carecían de las herramientas necesarias para comprender o pensar y estaban resentidos hacia una élite educada que les decía lo que era correcto y lo que era erróneo” (pág. 245).
En una sociedad occidental abocada al fantasma del multiculturalismo, al relativismo gnoseológico y a la corrección política, que desdeña la ciencia en favor de rocambolescas supercherías o de marxismo edulcorado y que se mueve al son de sentimentalismos de todo género, no estaría de más que alguien les recordase que detrás de todo ello no se encuentra nada, salvo resentimiento y ciencia-ficción.
César Guarde