Fiódor Dostoievski, Memorias del subsuelo. Traducción, notas e introducción de Alejandro Ariel González. Colihue, Buenos Aires, 2005.
Fiódor Dostoievski, El doble. Dos versiones: 1846 y 1866. Traducción, notas e introducción de Alejandro Ariel González. Eterna Cadencia Editora, Buenos Aires, 2013.
La traducción de una obra de F. M. Dostoievski al español es un hecho que siempre provoca una enorme alegría y que celebra con gran satisfacción el autor de estas líneas. A pesar de que no hay que olvidar que en España hemos tenido tradicionalmente buenos traductores de literatura rusa, en la actualidad éstos no son tantos como uno desearía, sobre todo si tenemos en cuenta el escaso número de los que se dedican al autor de Crimen y castigo.
Por regla general, los traductores de Dostoievski presentan un texto en español precedido por un estudio introductorio que suele ofrecer o bien datos biográficos o bien información sobre la obra en cuestión con el fin de ayudar al lector a comprender mejor el escrito que éste tiene entre sus manos. Esta loable labor tiene normalmente como premisa el hecho de que Dostoievski no fue en absoluto sólo un escritor. Esta verdad se puede constatar fácilmente con una simple lectura tanto de sus cinco grandes novelas (Crimen y castigo, El idiota, Los demonios, El adolescente y Los hermanos Karamázov) como, sobre todo, de sus primeras obras y de sus narraciones breves. Así, por ejemplo, no se puede comprender Pobres gentes si se desconoce el contexto literario (Gógol) y político (socialismo) de la época.
A partir de esta premisa fundamental, el argentino Alejandro Ariel González lleva realizando desde hace años traducciones de diversas obras de Dostoievski.[1] Aquí nos vamos a centrar en dos de ellas que, por su calidad y excelencia, marcan un antes y un después en el mundo de las ediciones españolas de textos del gran escritor y pensador ruso.
Siguiendo el orden de publicación de estas traducciones, conviene citar en primer lugar la espléndida edición de Apuntes de subsuelo, aquí con el título de Memorias del subsuelo de 2005, en la que se pone ya de manifiesto la magistral manera de trabajar de Alejandro González. En efecto, el lector no sólo encontrará una traducción del texto de la obra, sino también una extensísima introducción, un aparato de notas y un anexo que sirve para comprender con mayor precisión todavía en qué contexto surge el escrito y cuál fue la intención de Dostoievski.
Ya la lectura de la introducción muestra por qué esta edición es tan valiosa y fundamental tanto para el lector interesado en Dostoievski como para el estudioso, puesto que en estas casi 70 páginas de texto se ofrece todo lo que debería ser estándar a la hora de presentar cualquier obra de un pensador serio como el que nos ocupa. Así, en las primeras líneas se argumenta y se establece la necesidad de no vulgarizar a Dostoievski a través de dos afirmaciones que muchos de los supuestos “especialistas” suelen olvidar con demasiada frecuencia en sus “revolucionarios” y “profundos” análisis filológicos:
En Rusia la literatura no ha ocupado jamás el mismo lugar que ha ocupado en Occidente. Tanto en el siglo XIX como en el XX, ha sido prácticamente el único ámbito posible de circulación y discusión de ideas. (pág. IX)
Mientras que en Occidente un escritor asume ante todo un compromiso estético, en Rusia asume ante todo un compromiso ético […] [E]n Rusia un escritor discutirá con su oponente sólo en y a través de sus obras. Así, éstas estarán llenas de alusiones, de citas más o menos encubiertas, de polémicas, de respuestas, de objeciones, de interpelaciones, que al ser leídas fuera de su contexto originario atentan contra la comprensibilidad de la obra y, a veces, terminan convirtiéndola en algo distinto de lo que pretendió ser. (pág. X)
De ahí que en primer lugar Alejandro González realice una exposición del contexto político en el cual se gesta Memorias del subsuelo, destacando la gran impronta que dejó en la mentalidad de la época la derrota de Rusia en la Guerra de Crimea. La respuesta social a esta pérdida pronto adquirió un carácter radical, el cual se manifestó en los distintos movimientos revolucionarios que tendrían como líderes teóricos a A. I. Herzen, N. P. Ogariov, N. G. Chernishevski y N. A. Dobroliubov (págs. XIV-XVII), sin olvidar, por supuesto, la decisiva contribución del primer “nihilista lógico” D. I. Písarev (págs. XIX-XX).
Es en este entorno de lucha ideológica, política y social, en el que surge por vez primera en la literatura rusa “el hombre nuevo” (págs. XX-XXIII), que sirve como modelo para la reforma o la revolución social, en el que hay que situar propiamente la génesis de este escrito de Dostoievski. Para poder comprender, sin embargo, la gran importancia y alcance que Memorias del subsuelo tuvo tanto en la Rusia de los años 60 como en el conjunto de la producción de Dostoievski, el traductor realiza un sucinto recorrido biográfico del escritor (págs. XXIII-XXVII) para acabar analizando el título de la obra (págs. XXVII-XXIX), en concreto, la palabra “subsuelo” (подполье) y afirmar que “el ‘hombre del subsuelo’ no es otra cosa que el ‘doble’ del ‘hombre nuevo’ ” (pág. XXIX).
El análisis posterior de la “Nota del autor” y de la primera y segunda parte de la obra (págs. XXX-LXVI) sirven a Alejandro González para eliminar malentendidos en la investigación y, a la vez, ofrecer al lector toda una serie de interesantes claves de lectura. De esta manera, se sostiene que estas memorias no hay que entenderlas como si fueran propias de Dostoievski, que las tesis aquí expuestas no son en absoluto atribuibles al escritor y que es necesario acabar de una vez por todas con la confusión entre narrador y autor (cfr. pág. XXX; este error sería el que habría cometido, p. ej., Lev Shestov en su conocida monografía Dostoievsky y Nietzsche: Filosofía de la tragedia).
Asimismo, a través de un pequeño detalle que puede pasar inadvertido para algunos lectores, Alejandro González señala cómo en la división en dos partes de este povest, Dostoievski muestra “la evolución histórica y espiritual de la intelligentsia rusa a partir de la biografía de su personaje” (pág. XXXV), al estar ambientada la primera parte en los años 60 y la segunda en los 40 (con ello se tendría la primera versión dostoievskiana de Padres e hijos de Turgueniev, la cual encontraría su culminación en Los demonios). La intención de Dostoievski sería, en este contexto, mostrar tanto la gran responsabilidad de los intelectuales rusos de los años 40 en la situación nihilista actual de su época (segunda parte) como indicar cuáles son las consecuencias últimas del pensamiento revolucionario expuesto, sobre todo, en el Qué hacer de Chernishevski, obra contra la que supuestamente se dirigiría este texto de Dostoievski (primera parte). Como prueba de esta tesis (discutida en la investigación), Alejandro González ofrece toda una serie de paralelos textuales que permiten observar cómo Dostoievski tendría Qué hacer en su punto de mira a la hora de concebir su texto (págs. XXXVII y ss.).
Aunque ciertamente no se puede negar que la novela de Chernishevski pudo servir a Dostoievski de pretexto para escribir esta obra, no se debe olvidar, sin embargo, que muchas de las críticas aquí expuestas por el escritor ruso se pueden hallar ya de manera diáfana en Apuntes de invierno sobre impresiones de verano, encontrando en Memorias del subsuelo únicamente su contextualización y desarrollo últimos, como indirectamente testimonia el propio Alejandro González en diversos momentos claves de su introducción (cfr. págs. XLII y LII-LIII). En este sentido, creemos que es peligroso y aventurado afirmar rotundamente que las opiniones expuestas aquí no son de Dostoievski: es cierto que el escritor ruso podía no compartir todas las “opiniones” del hombre del subsuelo, pero la intención y la solución de los problemas de este “hombre (no) paradójico” son sin duda alguna dostoievskianas (cfr. págs. XXXII y LIV-LVIII).
La introducción se cierra con una cronología de la vida y de la obra de Dostoievski (págs. LXVII-LXX), así como también con una breve bibliografía sobre Memorias del subsuelo (pág. LXXI).
A continuación se presenta el texto de Dostoievski (págs. 1-135), del cual poco hay que decir, a excepción de que está muy bien traducido, se lee con bastante agilidad y está acompañado de toda una serie de ilustrativas notas (en este punto conviene destacar la honradez intelectual del traductor González a la hora de señalar religiosamente cuándo una nota es suya y cuándo ésta procede de la edición rusa).
Como apéndice, Alejandro González añade la traducción de “El aviso de suscripción a la revista El Tiempo” (págs. 137-145) que tiene como finalidad contextualizar la concepción de la obra en un ambiente claramente político y de lucha social contra las nefastas consecuencias de las reformas pro-europeas de Pedro I el Grande y, sobre todo, de los peligros que Dostoievski intuía podían producirse como consecuencia de una apertura demasiado acrítica hacia todo lo procedente de Europa.
La siguiente traducción que reseñamos perfecciona todavía más, si cabe, la manera de trabajar de Alejandro González. Así, la finura filológica y el respeto por la obra de Dostoievski le llevó a publicar en el 2013 una edición de El doble completamente novedosa en el mundo de los estudios dostoievskianos internacionales, con excepción del anglosajón.[2] En efecto, lo que el lector encontrará aquí por vez primera en español es una edición de El doble que contiene las dos versiones que se publicaron en 1846 y en 1866 respectivamente. Con el fin de presentar una edición decente de estos dos textos, Alejandro González redacta una extensísima introducción (págs. 7-121), en la que ofrece toda una serie de claves interpretativas que permiten comprender correctamente no sólo el contexto político, ideológico y literario en el que surge la temática del “doble”, sino también las diferencias existentes entre los dos textos.
Así, tras presentar los problemas y discusiones que El doble ha provocado en la bibliografía secundaria desde su publicación (págs. 7-9), se expone el contexto histórico, social y literario en el que se encuadra y se gesta esta segunda obra de Dostoievski (págs. 9-33). A continuación, Alejandro González delinea brevemente el proceso de redacción de El doble y el planteamiento por parte de Dostoievski de reelaborar y reescribir este texto a raíz de las duras críticas que recibió en un primer momento desde casi todas las posiciones ideológicas posibles con la excepción, hay que decirlo, de Belinski, quien en absoluto despreció su escrito como se suele afirmar en la bibliografía secundaria (cfr. págs. 38-41 y 94-95). De esta manera, el traductor analiza los borradores para la versión de 1866 (págs. 95-98), para acto seguido destacar sus diferencias formales (págs. 48-50), estilísticas (págs. 50-51), argumentales (págs. 51-56) y caracterológicas (págs. 56-57) con la de 1846 y centrarse en los “recortes y ligeras inconsistencias” (págs. 58-64) que se pueden apreciar en la segunda edición, cuyo origen habría que buscarlo en las pésimas condiciones en las que tuvo que trabajar Dostoievski (págs. 63-64).
Establecidos el contexto y la historia de la gestación del texto, así como su recepción y su reelaboración posterior, Alejandro González presta atención a los intertextos de la obra, señalando las referencias de Dostoievski a motivos de Pushkin (págs. 64-68) y a cómo “banaliza” a Hoffmann (págs. 68-71) y usa técnicas literarias y temas procedentes de Gógol (págs. 71-77). Asimismo, analiza su subtexto histórico (págs. 77-89) y simbólico (págs. 89-93), sin los cuales es imposible comprender correctamente El doble.
Esta introducción se cierra con un breve, pero esclarecedor recorrido histórico que pretende mostrar las diversas etapas de la recepción de El doble tanto en Rusia como en Occidente, resaltar sus profundas diferencias, así como señalar cómo la mayor parte de la crítica occidental se centró en una obra conocida casi exclusivamente por su segunda y abreviada versión, con lo que los investigadores occidentales “leyeron textos diferentes” (pág. 113) a los de sus colegas rusos.
A continuación se encuentran dos notas filológicas del traductor (“Sobre la traducción”, págs. 123-124 y “Nota a la presente edición”, pág. 129), donde se explica brevemente la novedad de esta edición, la cual sigue el esquema de la edición inglesa, mas con modificaciones importantes: así, mientras que en la traducción anglosajona de estas dos versiones de El doble se ofrecía el texto de 1866 en el cuerpo principal y entre corchetes las diferencias con la de 1846, Alejandro González prefiere dar estas variantes en nota, con lo que gracias esta acertada decisión se posibilita una lectura más ágil y comprensiva de la obra.
De la misma manera que con Memorias del subsuelo, la traducción de El doble es de una calidad excelente y se tiene casi la sensación de que se está leyendo un texto literario redactado originariamente en español. Asimismo, esta traducción se encuentra acompañada por un breve aparato de notas (págs. 422-424), que se ve completado con los “Borradores para la planeada reelaboración de El doble” (págs. 425-433) provenientes de los años 1861-1864.
En la extensa bibliografía final se citan las ediciones rusas de referencia, un listado de todas las traducciones españolas de El doble, así como los estudios más importantes publicados en diversos idiomas (págs. 435-444), dando de esta manera el merecido broche de oro a una edición que bien podríamos denominar de lujo y que, sin duda alguna, enriquece el mundo de las traducciones de Dostoievski al español, a la vez que establece un precedente que será todo un reto superar.
En este sentido, no deja de ser curiosa la costumbre española de despreciar todo lo proveniente de Latinoamérica con la excusa de que aquí “todo es mejor” y tenemos “más nivel”. Lo que se suele pasar por alto a la hora de manifestar este menosprecio es, sin embargo, que en las universidades latinoamericanas, a diferencia de lo que sucede en España y en otros países del “primer mundo”, no entra todo el mundo. De estas personas que puedan entrar en la universidad a estudiar, se suelen promocionar no a los mediocres y a los agasajadores sin dignidad moral alguna, sino a los “mejores”, a los que “sobresalen”. Como el lector de esta reseña acaba de ver, Alejandro González es un claro ejemplo de lo que decimos.
Por supuesto, no se nos escapa que en estos países existe una enorme corrupción que se manifiesta en todas las esferas de la vida pública, la universitaria incluida. Esta corrupción, no obstante, no alcanzará jamás los escandalosos niveles de España, como cualquier espectador atento puede constatar día tras día no sólo en el mundo de la política, sino también de la universidad (véase, por ejemplo, el caso del dirigente de Podemos Íñigo Errejón, quien aúna en su persona ambas esferas).
Asimismo, sólo hay que ver cómo está estructurada la universidad española y cómo funcionan los distintos departamentos para entender por qué no podrá haber jamás ninguna que se encuentre entre las 150 mejores del mundo. Jefes de departamento que actúan como caciques, profesores cobardes y doctorandos ignorantes forman la flora y fauna que se puede encontrar en la universidad española.
¿Dónde están las ediciones de los supuestos “dostoievskianos” españoles? ¿Dónde están esas investigaciones y esa honradez intelectual que manifiesta Alejandro González en sus trabajos? Desde luego no en aquellos que viven y hacen currículum a partir de las ideas y de las iniciativas de los demás; desde luego no en aquellos que se aprovechan, cual despreciables sanguijuelas, del estudio y de los esfuerzos de los demás y desde luego no en aquellos felones que lamen el culo al cacique de turno de su departamento para conservar su plaza.
En diversas ocasiones he manifestado la necesidad de realizar una edición de las obras completas de Dostoievski en castellano que actualizara a las ya existentes, a la vez que ofreciera un aparato crítico modernizado a partir de las últimas investigaciones. También he propuesto en innumerables ocasiones la creación de una revista de estudios dostoievskianos que fuera órgano de expresión de los investigadores en lengua española. Todo ello en vano.
En España ni se valora el mérito, ni se valora la iniciativa, ni se valora el carácter, siendo la independencia el mayor de todos los crímenes. De ahí que sólo se promocione y se premie la más despreciable y anti-académica sumisión al director de departamento. Mientras esto siga así (y pocos indicios hay de que esta situación pueda cambiar con la más que previsible llegada al poder en España del “partido de los profesores” Podemos, nacido en Madrid, pero que por sus características mafiosas, sectarias y dictatoriales podría haber surgido sin problema alguno en otros lugares más al sur de la Península), el lector interesado en la ciencia tendrá que seguir dependiendo de países más avanzados, serios y honestos y el español que desee conocer a Dostoievski mirar a la otra orilla del Atlántico.
Jordi Morillas
Coordinador Regional para España de la International Dostoevsky Society
[1] Un listado de todas las traducciones llevadas a cabo hasta el presente por parte de Alejandro A. González puede verse en http://www.alejandroarielgonzalez.portfoliobox.me/traducciones.
[2] Cfr. la pionera edición inglesa debida a Evelyn Harden: Fyodor Dostoevsky, The Double. Two versions. Ardis Publishers, Ann Arbor, 1985.